Hijo de Alzheimer

Querido diario:

Mi papá y yo no éramos tan unidos, vivíamos en la misma casa, pero una cosa era habitar y otra compartir. Siempre tuve ropa, comida y una buena escuela, pero ¿habría sido mejor menos ropa, menos comida, pero muchos más abrazos y palabras de amor?

Nunca me faltó nada material, pero tuve carencias importantes, carencias de ese alimento que no lo necesita el cuerpo sino el alma. Una cosa es la disciplina y otra muy distinta el militarismo.

La primera lo habría preparado para la vida, la segunda para la guerra. A veces mis recuerdos se nublaban, poco a poco se desvanecían o ¿inconscientemente los borraba?

Un día me acosté temprano antes de que mi papá llegara. Tenía los resultados de cuatro exámenes de escuela, tres buenos y uno malo. Inocentemente pensé que al dormir la furia se extinguiría, vaya error, fue más triste verse despertado por los golpes de aquella faja. Una maldita faja café.

Crecí, carente de amor de mi papá, de un amor sano. Durante la adolescencia, seguía con miedo, allá vivía en una esquina, agachado con la cabeza entre sus piernas. Y perdí el respeto hacia mi papá. Para entonces ya no me podían golpear, había crecido, ahora era más grande y fuerte que mi papá.

Un día el cerebro de mi papá comenzó a fallar y yo no entendía qué pasaba, ¿Cómo era posible que al pedir un simple favor lo olvidara? ¿Cómo era posible que todos los días mi papá se enfadara por no encontrar las llaves que el mismo había usado? ¿Cómo era posible que confundiera el color de las luces de un semáforo al manejar?

Tiempo después, hacía compras en una tienda de departamentos. Mi madre me llamó y me dijo: “revisaron a tu papá, tiene Alzheimer, poco a poco sus recuerdos se irán borrando”.

Ahí mismo sin nada de pena, lloré porque le había gritado por olvidar sus cosas, cuando en realidad estaba enfermo y no lo sabía. Durante mucho tiempo, me sentí culpable.

Recuerdo esa mañana en el hospital, ver el cuerpo inerte de mi padre en la cama, un padre débil e inofensivo que no reconocía a su propia familia desde hacía muchos años, aquel hombre que alguna vez fue rudo y hasta violento se había ido, la historia había terminado. Al final nunca hubo una palabra de amor entre ellos, los abrazos no existieron.

Soy “hijo del Alzheimer”, mi papá lo padeció y en ocasiones intento padecerlo, no para hacer sufrir a mis seres queridos, sino para borrar el dolor.

Quiero recordar con amor a mi papá, aprendí a perdonarlo y me prometí romper el círculo, porque si hay vida, la historia la puedo cambiar.

OQUI

Autor: Querido diario

Un refugio de conexión humana.

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