Me tomó un año recuperar mi tono natural y sentirme nuevamente yo. Ahí me di cuenta de que mi pelo es la corona que nunca me quito y que por más baja de pilas que esté, debo resguardarme.
A partir de ahí, cada vez que yo cometía un error, por más pequeño que fuera, esta compañera se levantaba y se iba hasta la oficina del jefe a reportarlo.
Yo no hablo el mismo idioma de Mahsa, es poco probable que visite su país y mi contexto sociocultural dista mucho del de ella, pero, aunque estemos separadas por el inmenso océano Atlántico, compartimos la misma historia.