Estábamos rezando mis hermanos, mi mamá y yo, en la cama de mis papás. En medio del rosario una de mis hermanas percibe un mal olor y le hace señas a mi mamá. Ella se percata del olor putrefacto y se pone en pie y muy molesta llega hasta donde yo estaba sentada en una de las esquinas de la cama, me toma con fuerza del brazo y me saca de la habitación.
Me llevó hasta el cuarto de pilas, en donde me obligó a quitarme la enagua y en cuanto me bajé los calzones, vimos las heces. Volví a verla y de inmediato mi mamá empezó a pegarme con una faja de mi papá y gritando me decía: ¿Por qué me haces esto?
Estaba semidesnuda, llorando, sin entender lo que sucedía.
Tenía diez años cuando padecí encopresis infantil, conocida como incontinencia fecal, lo que desencadenó: falta de apetito que me hizo perder peso en poco tiempo, fatiga, mal humor, somnolencia y llorar todo el tiempo.
Mis papás me llevaron al hospital en vista de que mi condición de salud no mejoraba y que mi rendimiento académico se fuera de pique.
El grupo de médicos que me revisó, luego de varios análisis para entender qué pasaba, su diagnóstico fue que tenía problemas emocionales y psicológicos, los cuales podrían ser por varias razones como: estrés, ansiedad, cambios significativos en el entorno como problemas familiares o de aprendizaje como retraso en el desarrollo.
Al llegar a casa, mis papás decidieron que yo estaba poseída y me sometieron a exorcismos. Me hicieron sentir culpable por supuestamente no rezar lo suficiente y lo que me sucedía era una prueba con la que purificaría mi alma.
A pesar de que el hospital asignó ayuda psicológica, no me sentía en confianza para compartir como me sentía sin temor a ser juzgada. Pues cada cierto tiempo, los médicos se reunían con mis papás y les comentaban acerca del progreso o bien la falta de este, en mi caso. Lo cual, terminaba en que mis papás salían sumamente indispuestos del hospital y en casa me reprendían.
Un domingo después de misa, como de costumbre mi mamá hacía las compras y vi un cuadernito precioso. Les rogué que me lo compraran y resultó ser mi primer diario.
Escribir me salvó la vida y cuando lo hacía, lograba liberar cada sentimiento reprimido.
Tres años después contra todo pronóstico médico, gracias a una pausa en mis estudios escolares y cuidando de mi salud en casa, me recuperé. Retomé los estudios y pude finalizarlos, sin embargo, durante muchos años dejé de escribir al ceder a los comentarios que hacía mi mamá. Ella creía que solo perdía el tiempo, porque me veía sentada, escribiendo y no haciendo algo de provecho, incluso de manera despectiva me llamaba Carmen Lyra (una destacada escritora costarricense).
A los 22 años me mudé de la casa de mis papás por trabajo en la capital, pero no fue hasta mis 25 años, que la espinita por explorar algo que me hace muy feliz me impulsara a inscribir en un curso de escritura creativa. Para entonces, estaba en la universidad lo cual me hizo priorizar una cosa sobre la otra y elegí continuar la carrera de diseño interno y abandonar la escritura.
En términos generales estaba bien con mi vida o eso creía yo, pero luego de una reunión con mis exjefes en la que comentaron que tal vez yo no era tan buena como creía, volví a cuestionar mi valor tal como lo había hecho de niña.
Días después por casualidad en las redes sociales encontré la página de ConversABLE, me llamó la atención porque su eslogan era: la empatía puede transformar el mundo. Estaban promoviendo un taller introductorio a la comunicación no violenta (CNV) y no lo pensé mucho para inscribirme. Gracias a una intervención de coaching con Chino uno de los facilitadores, terminé llevando el programa completo. Al principio mi motivación era volverme más afable, porque siempre creí que era yo el problema por no ser tan buena cristiana, sin embargo, aprendí a cambiar la narrativa de mis pensamientos y la importancia de cuidar mi energía, dando poder y espacio a mis talentos.
Al finalizar no tenía idea de qué podía hacer con esa cajita llena de herramientas y un par de meses después, la vida me dio la primera pista. Gracias a una amiga, me di cuenta de la existencia de Candelilla Club, un espacio que permite narrar una historia personal en público, ahí conocí a Anastasia la dueña y conductora del show, quien se conviritó en mi mentora de storytelling y que además, me regaló una de las mejores experiencias que he tenido hasta ahora: Mi debut como “storyteller”
Algunos amigos que vieron mi presentación y que conocen de mi afición por la escritura me alentaron a abrir mi propio espacio y fue así como, con mucha ilusión inicié esta aventura.
Querido diario está inspirado en los diarios que tuve de niña.
Antes no tenía la posibilidad de decir en voz alta lo que pensaba o sentía, debía escribirlo y ponerle llave a ese diario para no sufrir algún abuso físico porque me acusarían injustamente de no ser agradecida con la vida. Tampoco tenía una red de apoyo que me escuchara o leyera.
Fue precisamente la transformación que buscaba, cambiar un pasado que me causó agonía, convertir mi dolor en un aliciente, creando un refugio en el cual sentirme segura y a salvo y que ahora comparto con todos los que buscan validar sus emociones y contar sus historias.
¡Bienvenidos!

WENDY