Querido diario:
Intentaba distraerme para no pensar en la última conversación que tuve con mis exjefes, en la que me comentaron que tal vez yo no era tan buena como creía. Así fue como terminé consumiendo redes sociales.
Encontré el anuncio de una supuesta asesora de imagen que promovía sus servicios y que estaba regalando un cambio de imagen para el sector ejecutivo. Lo único que debía hacer si quería participar era enviarle una carta explicándole el motivo por el que yo creía merecerlo.
Le envíe mi carta y vualá de casualidad me gané el premio. Resulta que estaba incursionando en la televisión local y me dijo que grabaría todo el proceso, el antes y el después. Además, que debía trasladarme hasta Ciudad Quesada porque era ahí donde se haría todo.
Yo lo tomé como una aventura y sin ningún problema coordiné todo. Llegué y me registré en el hotel y ella me escribe pidiéndome que por favor al día siguiente estuviera lista a las 8 en punto, pues la grabación debía quedar lista ese mismo día.
Mi ansiedad no me permitió descansar y una hora antes ya estaba lista para que me recogieran. Pasadas de las 8:45 am seguía esperando y luego de enviar mensajes y hacer llamadas insistiendo, pasaron por mí.
Llegué al salón de belleza y en cuanto entré las estilistas me vieron como si fuera un bicho raro. Nadie me dio explicaciones ni mucho menos se disculparon por el atraso. El ambiente se sentía pesado, pero en cuanto el camarógrafo dijo ¡luces, cámara, acción! entré en modo piloto automático. Empezó con una entrevista en la que debía contar cuáles eran mis expectativas.
En mi vida había hecho algo así y estaba asustada. No quería quedar como payasa. Entonces las estilistas me piden que me siente, me ponen la capa de peluquería y con un tono algo despectivo me tocan la cabeza y me dicen ¡Qué montón de pelo!
A pesar de que estaba incomoda, sabía que estaba ahí porque así lo elegí yo y ya no podía echarme para atrás. Trataba de mantenerme serena y colaborar con todos. No había tiempo de descansar. Así que en cada ¡Corteee! del camarógrafo, levantaba la capa y daba mordisco al sándwich que tenía en mis regazos o tomaba un sorbo de agua.
No tenía permitido verme al espejo sino hasta el final, porque ella quería que mi reacción fuera genuina. Así que la ansiedad era cada vez más intensa.
Llegado el gran momento de revelación, me ví al espejo y traté de no llorar en frente de todos. Un dolor en el pecho y una voz interna diciéndome ¡TE LO DIJE! Al ver que mi pelo negro azabache ya no estaba y mis pecas ocultas de tanto maquillaje, les hice creer que estaba bien y feliz con lo que habían hecho.
De regreso a casa intenté ser optimista y pensé que en cuanto me viera mi familia, mis amigas o los compañeros de trabajo, recibiría algún comentario bonito, pero no fue así.
Yo no solo pretendía echarme ánimos por la vida, sino también darle una recompensa a la Wendy de 9 años que, para su primera comunión, su hermana mayor no logró peinar porque su pelo era “difícil y feo”.
Me tomó un año recuperar mi tono natural y sentirme nuevamente yo. Ahí me di cuenta de que mi pelo es la corona que nunca me quito y que por más baja de pilas que esté, debo resguardarme.
No por nada lo barato sale caro.
