Querido diario:
Desde pequeña tenía dos cosas muy claras: una que mi mamá no tenía dinero suficiente para cumplirnos cualquier capricho a mi hermana y a mí y la otra que me frustraba de algún modo, no saber lo que realmente quería en ese momento.
Mi mamá nos recogía al salir de la escuela y muy de vez en cuando, hacía un enorme esfuerzo para comprarnos un conito de ¢100. Así aliviábamos un poco lo pesado del camino, ya que tardábamos una hora en regresar a casa y ella podía ver nuestros enrojecidos rostros.
El dueño quien era un señor muy mayor tenía en la cámara de helados solamente 2 sabores disponibles: fresa y chocolate. Cualquiera podría pensar que era muy sencilla la elección, probablemente otros niños preferirían ir a otro lugar con más variedad o para otros con suerte, alguno de esos 2 sabores era su favorito.
Sin embargo, esa elección era muy complicada para mí, sabía que no podía pedir 2 bolitas porque eso era más gasto para mi mamá, entonces por más difícil que se me hacía escoger, optaba por un sabor, pero siempre me quedó la insatisfacción por no elegir el otro sabor.
15 años después, luego de debatir conmigo misma, pude dejar atrás los prejuicios y aceptar que me gustan los 2 sabores y que no hay uno mejor que otro. Pero, reconozco que durante muchos años viví con muchas inseguridades y temía al qué dirán.
Al igual que el helado de fresa y chocolate, que no es y nunca ha sido una fase, que tampoco quiero tomar los 2 sabores al mismo tiempo porque pierden su esencia, acepté que soy bisexual.
Afortunadamente, mi mamá nunca me presionó para escoger uno de los 2 sabores. Ella no imaginaba lo que significaba este dilema a mis 10 años y según yo no quería abrumarla o hacerla pasar un mal rato por no comprarme 2 bolitas de helado.
Pero, las mamás todo lo saben y estoy segura de que ella siempre supo que me gustan los 2 sabores y no hace falta que se lo diga.

ANÓNIMO